viernes, 29 de mayo de 2009

Cuerdas al aire o La invención de la casa



(Sobre Javier Barría e Introducción a la Geometría)


por Emilio Gordillo, desde Mexico D.F.



Me encuentro atascado en el departamento semivacío de una ciudad fantasmal. El panorama podría ser melancólico: un lavaplatos con loza sucia, mis manos jabonadas, enfrente un vidrio un poco engrasado y, al anverso de él, una azotea con ropas colgadas que se mueven al ritmo del viento del D.F. Afuera hay una epidemia y la gente lleva una suerte de bozal azul en la boca. Hay miedo también. Yo voy hilando ideas y cada cierto tiempo me acerco a la computadora para apuntar alguna palabra nueva. Todo debería llevarme hacia un estado de tensión, pero desde el mismo computador en que se guardan mis palabras fluye el sonido del nuevo disco de Javier Barría, Introducción a la Geometría, su primer disco de estudio entre tantos autogestionados desde su ya famoso Yendo de la Cama al Living de mi Casa.

La primera vez que escuché el trabajo de Barría fue una de aquellas casualidades en que acontece la suerte de un encuentro. Yo volvía desde Buenos Aires a intentar recuperar la misma casa que en una sensación de hastío me llevo a escapar de Santiago un año antes. Ese día, buscando la casa, entre un optimismo exagerado y la resignación, partí hacia el Centro Cultural España.

Yo creía que iba a ver a otra banda.

Javier Barría se presentaba aquel día como un número anterior al plato fuerte, una banda de rock chilena (no digo chileno). Estaba solo y de pie, delgado y con una polera a rayas. Comenzó a construir secuencias con loops haciendo gala de una seguridad que de inmediato me hizo focalizarme totalmente en lo que hacía. Para mi no era algo nuevo pues había asistido a un concierto donde Lisandro Aristimuño echaba mano del mismo mecanismo mientras el dibujante Liniers pintaba un gran lienzo. Pero lo de Barría era distinto. Construía una base mucho más compleja, rebosante de distintos tipos de percusiones y armonías, me encantó el sonido que lograba sacar a las plumillas con el loop.

Y claro, luego vino la voz. Y las perfectas y sencillas canciones. Pero no hablemos aún de eso.

Ese día me fui a la mitad de la presentación del plato fuerte. La armonía musical de Barría se quedó conmigo hasta el regreso, me hizo sentir en casa y la banda de rock chilena me hizo sentir que quería volver a mi casa. Me fui con letras potentísimas en la cabeza, forzándome a no olvidarlas, letras repletas de poesía y síntesis: Quien tiene huesos de cristal / entiende la estructura prometida, por ejemplo. O Dejó un luto que yo escondo / y ahora las curvas me pertenecen. O Antes libre / lado y lado del cassete. Segmentos de Corté Cuerda, o Envases, canciones que hasta entonces yo no sabía se llamaban así. Me fui del Centro Cultural España con la sensación de que había visto algo importante, importante como las cosas íntimas, lo que se asimila y se vuelve propio, una variación de la casa. Busqué sus canciones en Myspace y Lastfm.

La apertura de Introducción a la Geometría ya ha pasado. Yo he dejado los platos sucios envuelto en el arriesgado y movido comienzo de 2AM, primera canción del disco que da cuenta de que Barría no pretende repetirse. Algo me ha llamado la atención, las dosis de melancolía, tan características en su trabajo, han menguado entre las bases, los teclados y la superposición de los exquisitos arreglos de la guitarra de Barría. Autopista mueve al entusiasmo envolviendo al oído en un arreglo folk de guitarra sobre teclados cálidos: De alguna forma la cura está en las autopistas, dice su voz suave y áspera. Por supuesto, pienso yo y enjuago mis manos llenas de jabón y recuerdo Pelusón of Milk de Luis Alberto Spinetta.

La segunda vez que vi a Barría, fue en el ya mítico Samobar de Rasputín, aquel bar de Santa Isabel que ya es como una casa para Javier. Invité a una amiga mexicana que quería conocer lo que se hacía en Chile. El bar estaba lleno, Barría estaba sentado, alentaba a los cantautores invitados a telonearlo, una camada de músicos que pronto darán también sus frutos. Javier dio un concierto impecable solo con una guitarra acústica y su voz. Aplaudimos, el concierto terminó, nos pusimos de pie y nos fuimos. Cuando salíamos Barría se despidió de nosotros con un gesto amable y una sonrisa, como invitándonos a volver. Apuesto que ni él mismo lo recuerda. Yo entonces solo había escuchado su música.

Me he sentado frente al computador, acaba de pasear por mis oídos Cortinas Naranjas y una suerte de arte poética de Barría: Sábado Solo: Mi canción de sábado en la noche se viste así / la promesa de un día por llegar. Un obseso de las formas se encierra con sus guitarras a escudriñar sonidos, ensoñaciones y diez años pasan como un soplido, la cercanía de una madurez musical cercana a los treinta años llega. Un músico recolecta frutos sonoros. Yo lo imagino entre discos de Melero y Cerati, Charly García, Spinetta y Fito Paez.

Antes de seguir es necesario decir que quien escribe, antes de ser escritor, es algo así como un músico frustrado – aunque yo preferiría decir en potencia -. En la Escuela de Música de Avellaneda en Buenos Aires, algunos compañeros me recomendaban discos de un gran acervo de músicos uruguayos, varios de ellos compositores mayores de cincuenta años. Mirá, me decían con esa seguridad sobredimensionada tan suya, los músicos argentinos cruzaban el Rio de la Plata y se robaban todas las ideas de estos tipos. Y claro, algo de cierto había. Pero todas las músicas son parte de la música. La construcción de una casa es también su invención y tal vez es algo de eso lo que me acerca tanto a la música de Javier. Siento que sus influencias están en músicas que yo también escudriñé alguna vez encerrado en un cuarto con instrumentos durante horas y horas olvidándome del tiempo, olvidándome del mundo, pero olvidándome, también, de esas mismas canciones en las que buscaba como en un barro fértil. El mismo Barría roza esta idea en Entonces: Si no te gusta el material del que está hecha tu jaula / Entonces invéntala. Barría gira aquella tradición rioplatense - tradición que implicó indirectamente una apropiación de cierta música uruguaya – y la lleva hacia un espacio propio lleno de intimidad, texturas suaves y armonías sencillas aunque llenas de precisión pop.

Y luego el disco realiza un giro brusco hacia la quietud, hacia un sonido más acústico. Venditas vuelve a poner en relieve la prístina guitarra acústica y suave voz de Barría y lo hace regresar a las formas de la balada. Luego viene el equilibrio perfecto de y una canción que ya forma parte de mi banda sonora: La Misma Madera, una canción de las que se dedican a la gente que se ama. Yo a estas alturas ya me he olvidado que no estoy en Santiago de Chile, olvido que lavo platos. Floto.

Santiago de Chile. La tercera vez que vi a Javier Barría fue mucho más afortunada. Lo invitamos a tocar en la presentación de Revista Contrafuerte. Él accedió amablemente. Realizó una flamante interpretación con pedales. Algo raro sucedió. La gente hablaba fuerte. Hay un invento extraño llamado rock chileno que a veces se confunde solamente con guitarras estridentes que se imponen ante los oídos por la fuerza. No es suficiente con un auditor anestesiado para escuchar a Barría, mucho menos en vivo – que es donde llega a grados de intimidad total -. Es necesario algo que sí encontré entre tanta aparente pedantería bonaerense: esto es: prestancia. La disposición del escuchar. Su voz, por ejemplo, me recuerda ciertas inflexiones del susurro. Me recuerda la tensión e intensidad de Joao Gilberto o Jorge Drexler, voces que se juegan la vida en un límite difícil, en el susurro, y para disfrutar aquel susurro no hace falta más que escuchar, no en vano Barría formó parte de Os Desafinados, él sabe lo que se juega en el susurro. Terminada la presentación invité un grupo de gente a mi casa pues era mi cumpleaños, entre ellos iba Barría. En algún momento nos sentamos, yo al teclado, él con una guitarra, entonces arremetí con los acordes de Total Interferencia, una vieja y poco conocida canción que Charly García compuso junto a Spinetta, Barría se entusiasmó. Le pedí si me mostraba los acordes de Corté Cuerda. Se río y dijo que la trampa de la canción eran las cuerdas al aire.

Aire parece salir desde el parlante con Foto Movida. El disco comienza alejarse lentamente otra vez del formato acústico y me detiene en los sonidos oscuros de Capital, cercanos a las progresiones menores de adaptaciones pop del tango, inevitable no volver a No Soy un Extraño, pero inevitable, también, no pensar en Radiohead en el extendido letargo melódico que cierra Acantilado: Volverá a hacerme bien o hacerme mal, dice la letra, y es esto lo que se juega al reinventar la casa amasando formas disímiles y aparentemente ajenas para lograr lo que hace todo verdadero artista en la alquimia, esto consiste en crear su lenguaje, su sello propio mediante formas que ya se han usado hasta el cansancio. Barría ya ha creado su impronta en tantos años de oficio.

Finalmente el viaje hasta la casa llega a su fin, el disco cierra con Geometría, su entusiasta base rítmica, teclados cósmicos y generosos rasgueos abiertos en la guitarra. Sé que vendrás a embellecer la ciudad, dice la letra al abrir la canción. Yo pienso que la ciudad ha cambiado, la casa ha cambiado y solo me siento con deseos de estar ahí, encontrarme a Barría tocando en vivo en algún barcito y tal vez, solo tal vez, preguntarle si me muestra esos acordes donde la trampa son las cuerdas al aire. Yo le diría que ya entendí en qué consiste la casa nueva o el cuarto nuevo de la casa. Ni rock ni folklor, le diría. Pop del bueno.

La loza sucia sigue ahí, los ecos oscuros del departamento vacío parecen querer apropiarse otra vez del espacio. Afuera sigue el silencio y la epidemia. “Me siento parte de una generación de músicos que hacemos cosas en la casa”, decía Barría en una entrevista. Yo me he llevado la feliz sorpresa de que su primer trabajo en estudio no aplacó la intensidad calmada de la voz y guitarra de este músico, tampoco la intimidad y sensibilidad de su trabajo. Afuera sigue la epidemia. Yo vuelvo a poner la primera canción de Introducción a la Geometría y me olvido en mi casa provisoria, el sonido. Que la loza sucia espere a mi regreso. Se lava en casa, pero en la casa verdadera, allá, en Santiago de Chile, donde probablemente tocará Javier pronto, en algún barcito perdido del barrio, aunque ya esté para cosas más grandes.


Emilio Gordillo. México D.F. Abril 2009